Nuestra peregrinación jubilar ha sido un viaje espiritual, que empezó siguiendo los pasos de Abraham, "nuestro padre en la Fe" (Canon romano; Rom. 4, 11-12). |
Este viaje nos ha traído hoy a Nazaret, donde nos encontramos con María, la hija más auténtica de Abraham. María, más que cualquier otra persona, puede enseñarnos lo que significa vivir la Fe de "nuestro padre". En muchos aspectos, María es claramente diferente de Abraham; sin embargo, de un modo más profundo, "el amigo de Dios" (Is. 41, 8) y la joven de Nazaret son muy parecidos.
Dios hace a ambos una maravillosa promesa. Abraham se convertiría en padre de un hijo, de quien nacería una gran nación. María se convertiría en Madre de un Hijo que sería el Mesías, el Ungido. Gabriel le dice: "Concebirás en tu vientre y darás a luz un Hijo. (...) El Señor Dios le dará el trono de David, su padre, (...) y su Reino no tendrá fin" (Lc. 1, 31-33).
Tanto para Abraham como para María la promesa Divina es algo completamente inesperado. Dios altera el curso diario de su vida, modificando los ritmos establecidos y las expectativas comunes. Tanto a Abraham como a María la promesa les parece imposible. La mujer de Abraham, Sara, era estéril, y María no estaba aún casada: "¿Cómo será eso -pregunta-, pues no conozco varón?" (Lc. 1, 34).
Juan-Pablo II
Homilía del 25 de marzo 2000 en Nazaret
Bendiciones…
Estás en nuestro corazón S.S Juan Pablo II
México siempre Fiel
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