Por: Thalia Ehrlich Garduño
Tlaltenango es una colonia de Cuernavaca. En la época de la Colonia, era un pueblito fuera de la ciudad. En 1521 llegó ahí Hernán Cortés, algunos textos dicen que Hernán Cortés en 1529 estableció en Tlaltenango el primer ingenio azucarero de América.
Desde 1523 el pueblo de Tlaltenango se convirtió a la Fe Católica.
Se dice que el primer Fraile que misionó en la antigua Cuauhnáhuac (hoy, Cuernavaca), fue Fray Pedro Melgarejo de Urrea.
Desde hace más de 250 años, se tiene la tradición de venerar a la Bella María en su Advocación de Nuestra Señora de los Milagros en su Santuario de Tlaltenango, por miles de peregrinos venidos de varios lugares de la República Mexicana, en especial del Estado de México, de la Ciudad de México, de los Estados de Guerrero, de Puebla y por supuesto del Estado de Morelos.
Todos van a la feria del 8 de septiembre para cantarle las Mañanitas a la Hermosa María de Tlaltenango.
En 1720, el 31 de mayo, llegaron dos jóvenes cargando una caja, al parecer venían de Acapulco. Se sentaron a descansar en la puerta de la hostería, que antes fue la Hacienda y el ingenio de Hernán Cortés.
Adentro se oían personas que se divertían cantando, jugando cartas y tomaban un vino que apenas había llegado de España a Veracruz.
Los dos muchachos no quisieron entrar ni siquiera a pedir un vaso con agua, a pesar del calor y de lo cansados que estaban. Entonces, empezaron a buscar una casa de huéspedes para poderse quedar.
Se encontraron a dos hombres que caminaban a la hostería y los jóvenes recién llegados les preguntaron si conocían un lugar donde alojarse, los hombres les dijeron que fueran a la casa de doña Agustina Andrade.
Fueron allí y la señora los recibió muy bien y les dio la mejor habitación que tenía. En la estancia había una mesa donde pusieron el arcón que llevaban.
Al amanecer, los dos jóvenes se despidieron de doña Agustina y le pidieron de favor que cuidara de su valiosa caja hasta su regreso. La Señora deslumbrada por tal confianza, les prometió guardar su caja como en un relicario.
Pasaron los días, y al ver que los muchachos no regresaban, cerró con llave la habitación. Una noche, que estaba sin poder dormir, pasó junto a la habitación y se sorprendió al escuchar una música celestial que salía del cuarto.
Como tenía miedo, le habló a sus hijos y entonces todos oyeron la música, acordaron no decir nada a nadie de tal misterio. Pero la música se siguió escuchando y empezó a salir de la caja unos hijos de luz blanca como luceros, se sorprendieron porque además de la celestial música y la bella luz, salía un exquisito perfume a veces de nardo, otras como sándalo, otras como lináloe.
Alguien de los vecinos se dio cuenta, y no se pudo mantener el secreto, entonces, decidieron ir a comunicárselo a las autoridades ya que los dueños de la cajita no regresaron y ya todo mundo en el pueblo lo sabía.
Desde el 13 de octubre de 1709, Fray Pedro de Arana era Párroco y guardián del convento Franciscano de la Asunción de María (hoy Catedral de Cuernavaca). Tenía unos 40 años de edad y era un hombre muy sabio y virtuoso y no se dejaba sorprender con supervisiones que había entre los indígenas y españoles.
Muy de mañanita, cuando él desayunaba, llegó a verlo Doña Agustina y varios vecinos de Tlaltenango. Después de saludarse, la comisión le explicó su cometido.
No les creyó y doña Agustina le dijo con más detalles y le pidió que fuera a su casa y Fray Pedro dijo que iría a verla. Después la comisión de vecinos fueron a ver al Alcalde Mayor de Cuernavaca y después de decirle su relato lo invitaron a que fuera a casa de doña Agustina con Fray Pedro.
Al caer la tarde, fueron los dos hombres a Tlaltenango y desde la entrada del pueblo la gente los miraba con curiosidad, se dirigieron a la casa de doña Agustina y después de los saludos le pidieron que les enseñara la misteriosa caja.
Fray Pedro pidió que se apagara la luz y se empezó a escuchar más claramente la música y se veía que de la cajita salía la bella luz, se veía como si dentro de la caja hubiera lámparas eléctricas y se podía percibir el rico aroma que dependía el arcón.
Nadie se movía, entonces, Fray Pedro se acercó, la observó y la tocó y pidió que se abriera la caja. Todos estaban ansiosos por ver que podía tener la caja. Emocionado abrió la tapa de la caja y ante la vista de todos apareció la Bella María en acojinada felpa y nivea seda con ribete buriel y azul.
Toda Ella despedía una celestial luz que llenaba la estancia, sus manos suplicantes y su vestido también despedían esa hermosa luz. Todos se hincaron, y Fray Pedro se bajó su capucha y beso con ternura las delicadas manos de la Bella María.
De la misma manera, doña Agustina, su familia y las personas lo hicieron. La túnica de la Virgen era rosa y su manto azul.
El 30 de agosto de 1720 la sacro santa imagen fue llevada al antiguo Templo dedicado a San José. El arcón fue llevado por Fray Pedro, sus frailes y el Alcalde de Cuernavaca, el recorrido de la procesión fue alumbrado por faroles, velas ocotes encendidos, etc.
Al llegar a la Iglesia de San José, el arca fue llevada a la sacristía y la imagen de la Bella María fue puesta sobre su argentina peana y todo mundo la aclamó y lloró de emoción.
Fray Pedro aprovecho ese momento para anunciar la feliz llegada de la Virgen de Tlaltenango que aquí quiso manifestarse y dijo que volvería al día siguiente para celebrar una Misa y empezar el Novenario que terminaría el 8 de septiembre, día en que celebramos la Natividad de la Bella María.
Desde entonces, del 31 de agosto al 8 de septiembre, celebramos la Aparición de la Bella María de Tlaltenango con una feria que ha llegado a ser entre las Marianas la más famosa de la región.
Si quieres saber más detalles sobre la historia de la Bella María de Tlaltenango,
busca en 'Apariciones y advocaciones Marianas' de este mismo sitio.
También encontrarás su Novena.
Bendiciones…
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