Supongamos por un hecho extraordinario que un hombre manchado por el pecado sea admitido en el Reino de los Cielos, no podría ser feliz.
Vagaría pensativo, triste y solitario por la corte Celestial, buscando sin encontrar alguien parecido a él, vería por el contrario el sello de la Santidad de Dios que le haría estremecerse de temor. Se sentiría siempre bajo su presencia y su mirada, deseando llevar su pensamiento hacia otro lado, se daría cuenta que el ojo Eterno de Dios, que no se cierra jamás, está posado sobre él y ese ojo de Santidad que es la Felicidad y la Vida de las criaturas santas, le parecería un ojo de cólera y de castigo.
Dios no puede cambiar su Naturaleza. Es Santo por siempre. Y porque es Santo ningún alma en pecado puede ser Feliz en los Cielos.
Cardenal Newman
Sermones de la parroquia (1, 3-8)
Bendiciones…
La Luz, el Amor, la Paz de Jesús y de la Bella María
están en ustedes
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