El episodio de la presentación de Jesús en el Templo coincide con una intervención importante del Espíritu Santo. María y José habían ido al Templo para «presentar» (Lc 2, 22), es decir, para ofrecer a Jesús, según la Ley de Moisés, que prescribía el rescate de los primogénitos y la purificación de la madre.
Viviendo profundamente el sentido de este rito, como expresión de sincera oferta, fueron iluminados por las palabras de Simeón, pronunciadas bajo el impulso especial del Espíritu.
El relato de san Lucas subraya expresamente el influjo del Espíritu Santo en la vida de este anciano. Había recibido del Espíritu la garantía de que no moriría sin haber visto al Mesías.
Y precisamente «movido por el Espíritu, fue al Templo» (Lc 2, 27) en el momento en que María y José llegaban con el Niño. Así pues, fue el Espíritu Santo quien suscitó el encuentro.
Fue Él quien inspiró al anciano Simeón un cántico para celebrar el futuro del Niño, que vino como «Luz para iluminar a las naciones» y «Gloria del pueblo de Israel» (Lc 2, 32).
María y José se admiraron de estas palabras, que ampliaban la Misión de Jesús a todos los pueblos.
Parte de la Catequesis de S.S. Juan Pablo II,
9 de diciembre de 1998
Hoy celebramos ‘la Presentación del Niño Jesús en el Templo’
Bendiciones…
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