La lectura de este libro marcó mi vida de manera decisiva. Yo digo que experimentó un giro decisivo, aunque se trata de un largo camino interior que coincidió con mi preparación clandestina al sacerdocio.
Porque fue entonces cuando cayó entre mis manos ese Tratado singular, uno de esos libros que no basta "haber leído". Yo recuerdo haberlo llevado mucho tiempo conmigo, incluso cuando iba a la fabrica, ya todo manchado de cal.
Leía y releía sin cesar ciertos pasajes. Me di cuenta rápidamente, más allá de la forma barroca del libro, que se trataba de algo fundamental.
La Devoción de mi infancia e incluso de mi adolescencia a la Madre de Cristo topó con una nueva actitud, una Devoción venida de lo más profundo de mi Fe, como del corazón mismo de la realidad Trinitaria y Cristológica.
Antes, yo me mantenía en el temor que la Devoción a María, pudiera opacar a Cristo, en lugar de cederle el paso. A la luz del Tratado de Grignion de Montfort comprendí que en realidad se daba de otra manera.
Nuestra relación interior a la Madre de Dios resulta orgánicamente de nuestro vínculo al Misterio de Cristo. No es entonces que el uno nos impide ver al otro. (...)Se puede incluso decir que a quien se esfuerza de conocer y amar a Cristo, Él mismo le da a su Madre, tal como lo hizo en Calvario con su Discípulo Juan.»
André Frossard, dialogue avec Jean Paul II,
« No temáis ! », 1982, p. 184-185YÑ
Fuente: www.mariadenazaret.com
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